Los relatos del gran Malcolm Lowry
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Escúchanos, señor, desde el cielo, tu morada"
Descubrí a Malcolm Lowry en 1984, gracias a un documental de Fernando Cobo. Hijo de un biógrafo mejicano de Lowry, Cobo tenía una vasta colección de fotografías inéditas del escritor con las que realizó un fotomontaje que ha quedado como uno de los cortometrajes más interesantes de los muchos que produjo Eduardo Campoy. Recuerdo especialmente una instantánea que mostraba a Lowry -ya hinchado por la priva- sujetándose los pantalones con la corbata anudada a la cintura. Junto al maestro, su fiel Margerie.
Ardiente admirador de cuantos escritores malditos he tenido noticia desde los comienzos de mi experiencia como lector, me faltó tiempo para hacerme con una edición de Bajo el volcán (1947), dada a la estampa por Seix Barral en aquel año 84. La leí durante un viaje en coche a Atenas -a la manera de Kerouac- que hice en el año 85. Al volver, Lowry ya era mi alucinado favorito. Entre otras cosas, fui borracho por querer ser como él.
Me hice con Ultramarina (1933) y la póstuma Oscuro como la tumba donde yace mi amigo (1968) en sendas ediciones de la entrañable editorial Bruguera, impresas a comienzos de los años 80. Todo fue epifanía en mi lectura de Lowry. Lo que siguen son las notas que tomé en febrero de 2000, tras dar cuenta de los relatos reunidos por el maestro en Escúchanos, señor, desde el cielo, tu morada. Me fue obsequiado por su editorial, Tusquets, cuando hacía reseñas en La esfera, el antiguo suplemento literario de El mundo.
Localizados en Canadá y en Italia, la primera de las piezas aquí recogidas -El barco más audaz- es uno de las dos en las que no se hace ninguna referencia a Sigbjørn Wilderness, el álter ego del Lowry tanto en estas páginas como en las de Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. Sin embargo, en su asunto también late el drama del escritor, siempre en lucha contra sí mismo, siempre haciendo materia literaria de su angustia.
La pareja que se nos presenta pasea por un rincón de la apacible costa canadiense. Acaso los mismos lugares donde el autor vivió sus catorce años de sosiego relativo junto a Margerie Bonner, su segunda mujer.
Él es mayor que ella. Siendo un niño botó un barquito con un mensaje para quien lo encontrara. Fue ella la que, al cabo de mucho tiempo, dio con la pequeña embarcación. El hallazgo determinó el comienzo de la pareja.
A mi juicio, bajo esta anécdota -que tiene por si sola enjundia más que suficiente para constituir un bonito cuento romántico- subyace el gran drama de Lowry: la angustia del enemigo de sí mismo sin más redención posible que el amor de su mujer, la Ivonne a la que el cónsul Geoffrey Firmin de Bajo el volcán jura que dejará de beber. Como Lowry debió de jurárselo tantas veces Jan Gabrial, su primera mujer y a su fiel Margerie.
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Por el canal de Panamá, el más denso de los textos aquí reunidos, es un diario de Wilderness durante un viaje por las aguas aludidas en el título. Una vez más en compañía de su esposa, aquí Primrose, y una vez más en lucha por superar su alcoholismo.
Esa idea del borracho que no puede vivir sin su mujer, aunque sabe que la botella es la forma más rápida de perderla, es lo que más me subyuga del gran Malcolm, la quintaesencia de su afán de autodestrucción. La asocio además al último fulgor de la belleza de Jacqueline Bisset, que interpretó a esa Ivonne a la que Firmin promete abstinencia en la versión de Bajo el volcán dirigida por John Huston en 1984.
Pero no divaguemos. De Por el canal de Panamá también cumple destacar su curiosa presentación. En la columna marginal que acompaña al texto principal, entre un buen número de cosas, se va contando la historia del canal. Mientras, en el texto principal, se nos refiere la experiencia del narrador y de quienes le acompañan a bordo. En muchos fragmentos se detecta un inequívoco carácter progresista de Lowry.
El Frère Jacques/ Frère Jacques/ Dormez-vous?/ Dormez-vous?/ Sonnez les matines!/ Sonnez les matines!/ Ding dang dong/ Ding dang dong, repetido a modo de letanía a lo largo de todo el texto, viene a evocar el ruido de los motores del barco. La misma rima se repetirá esporádicamente a lo largo de todo el libro.
Igualmente, en algún lugar se hace alusión a la leyenda final de Bajo el volcán: "¿Le gusta este jardín que es suyo? Evite que sus hijos lo destruyan". Dado que este fragmento también aparecía en Oscuro..., está claro que se trata de una obsesión de Lowry.
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El extraño consuelo que brinda la profesión, la pieza que más me ha interesado, nos lleva a la libreta de apuntes de Wilderness, quien la repasa mientras bebe grappa en un bar de la Ciudad Eterna.
Las anotaciones del álter ego del escritor comienzan con las tomadas allí precisamente, en Roma, en la casa en que muriera Keats. Un inmueble pequeño en las inmediaciones de la Piazza di Spagna, que todo amante de la literatura, de paso por la capital de Italia, ha de visitar.
Vienen luego unos apuntes referidos a la experiencia romana de Gógol. Suponen un pequeño muestrario sobre los gustos de literarios de Lowry. En esos párrafos menciona a Henrik Ibsen, los hermanos Mann, Vladimir Nabokov, Maxim Gorki...
Andando en el relato nos son dadas las notas sobre un asunto acaecido en Baltimore, en "el altar de Poe". Dichas líneas nos remiten a un admirador del autor de El péndulo de la muerte que se quitó la vida durante un homenaje que se tributaba a "la deidad y referencia de toda ficción diabólica", que llamó a Poe Lovecraft.
Siempre tan dado a ese tremendismo que fue el telón de fondo de su vida y su obra, el gran Malcolm ironiza en esta pieza sobre la secular dulcificación de los padecimientos del escritor en las noticias biográficas y necrológicas. Son tantos los suicidios de los que se da noticia bajo el eufemismo de "paro cardiaco".
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Elefante y Coliseo es la historia de otro escritor. Pudiera ser, en efecto, otro álter ego de Lowry puesto que ha navegado. Pero también de Dylan Thomas, otro de los grandes borrachos de las letras anglosajonas, a quien Lowry trató durante su estancia en Londres.
En cualquier caso, Drumgold Cosnahan, el protagonista de Elefante y Coliseo es galés, como Thomas. Se encuentra en Roma para visitar a su editor italiano tras haber obtenido el triunfo en Estados Unidos. Lo que más ansía el flamante autor es el reconocimiento en el Viejo Continente. Pero resulta que ni siquiera le conocen en la oficina de su editorial italiana.
Finalmente, en uno de esos detalles de Lowry que tanto me conmueven y elevan algunos de sus relatos a la categoría de cuentos -en este caso triste-, hallará consuelo en un elefante. Años atrás, Drumgold Cosnahan navegó junto al paquidermo. Ahora, haciendo gala de la prodigiosa memoria de su especie, al encontrarle recluido en el zoo romano, el animal le reconoce.
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Si la Historia se detuvo en un lugar casi literalmente, puede decirse que ese sitio fueron las ciudades de Pompeya y Herculano. La erupción del Vesubio cogió a los habitantes de Pompeya desprevenidos y les dejó literalmente petrificados mientras les ocupaba la última acción de su vida. El volcán legó así a la posteridad un testimonio irrepetible de la vida cotidiana en aquella ciudad en el año 79 d. C.
El estado actual de Pompeya narra la visita de unos vecinos de Wilderness a las ruinas de la ciudad. Entre todas ellas, sobresale la de un burdel, lo que les da pie a elucubrar sobre la coherencia con la que estaban construidos estos establecimientos.
Es éste un dato que llama especialmente la atención ya que Lowry no era de lupanares ni prostíbulos. Él siempre fue más de colgarse de sus esposas y la bebida. De hecho, en las páginas del Bajo el volcán en que el cónsul termina en un burdel, llega a él por la inercia del borracho -que no por afán de sexo mercenario- y si copula -no recuerdo bien- lo hace tan mal como se hace bebido. El maestro siempre tan romántico.
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Para acabar, Ginebra y vara de oro silvestre cuenta el alegre paseo de Wilderness y Primrose a la casa de un contrabandista de licor para pagar unas botellas de ginebra, que Wilderness dejó a deber en una borrachera anterior en compañía de unos indios.
Después de que el contrabandista le haga un descuento y le regale una botella fascinado por su capacidad y su elegancia para emborracharse, el escritor y su esposa regresarán a su casa alegremente, anunciando el cóctel que prepararán con el obsequio.
Uno de los acercamientos a la Ley Seca más hermosos de toda la historia de la literatura. No en vano el gran Malcolm ya era alcohólico con veintidós años.
Si no hiciera por estos días quince meses que yo mismo he dejé de beber, hoy me emborracharía pensando en el maestro.
Publicado el 5 de marzo de 2012 a las 12:15.